Hace algunos meses, la decisión del centro británico Wellington College de comenzar a impartir “clases de felicidad” fue noticia en todos los medios de comunicación del mundo. Se trata de una asignatura de una hora a la semana donde se enseña a los estudiantes a conocer y gestionar sus emociones o a sobrellevar el estrés y la tensión. Interesante, ¿verdad?

Hablar de felicidad puede ser complicado, porque cada persona tiene su propia idea de lo que es ser feliz y de cómo conseguirlo. Sin embargo, una de las cuestiones en las que todos solemos coincidir es que la felicidad no es tanto las cosas que experimentas o que te suceden en la vida, sino el cómo te enfrentas a ellas. Podemos decir entonces que la felicidad es, en gran medida, una cuestión de gestionar las emociones, de aprender a minimizar y convivir con las más negativas y saber también cómo potenciar las positivas. Y lo mejor es que eso, como otras muchas cosas, ¡también se puede aprender!

Convertir cada error en una oportunidad de aprendizaje, gestionar la frustración y el conflicto, aprender a vivir en el presente y tomar consciencia de nosotros mismos, favorecer nuestra autoestima y las habilidades sociales… Son muchos retos que podemos abordar cada día en las aulas, y que ayudarán a nuestros alumnos a ser futuros adultos felices y comprometidos con la sociedad.

Se trata de dejar de entender la educación como un proceso en el que los estudiantes aprenden contenidos con el objetivo de superar unas determinadas pruebas de evaluación, para comenzar a poner en el centro de todo la felicidad y el desarrollo como personas. Más que una asignatura, el objetivo es que podamos tratarlo de forma transversal en todas ellas, ¿te animas a ponerlo en práctica en tu aula?