Estas semanas cerca de 3.500.000 niños, niñas y adolescentes volvieron a clases presenciales, después de dos largos años de pandemia y de ausencia en la sala de clases. Durante este tiempo escuchamos las voces de todos los especialistas y expertos, llamando irremplazable a la asistencia y presencialidad de la escuela para el desarrollo de procesos educativos integrales. La Escuela, es el lugar donde se socializan y aprenden a convivir las generaciones del futuro

Señalan además que es mediante el proceso educativo y el compartir los diferentes espacios vitales de la escuela, donde se aprende a desarrollar las habilidades psicosociales básicas que abren las puertas de la formación integral de la persona humana.

Se nos dice también desde la teoría, que la escuela debe ser activa, que el aprendizaje debe ser significativo, que el trabajo grupal es fundamental para una integración armónica a la sociedad en que nos toca vivir, que la relación entre afecto y conocimiento es fundamental para la generación de procesos educativos formativos entre educadores y educandos.

Sin embargo, nuestros alumnos (algunos levantan la tesis, que no tienen luz) hoy vuelven a enfrentarse “a más de lo mismo”. A la “sala de las nucas” o al decir de Betancourt, al rito educativo de “sentarse, oír, memorizar y repetir” nada ha cambiado en la sala de clases desde el fatídico día en que el Covid-19 nos cayó encima.

Nuestras escuelas siguen aun sin tener una adecuada conexión a la extraordinaria máquina de la alienación social, la mal llamada W.W.W, puesto que su objetivo fundamental es informar para vender-comprar, comprar-vender, hoy solo compramos y vendemos likes o un me gusta, por tanto, mi relación con el mundo va a depender de cuantos seguidores o respuestas tenga en cada una de las redes sociales a las que se pertenece.

Qué duda cabe que estas herramientas tecnológicas bien usadas son un paso al desarrollo personal y social de cada uno de nosotros. Sin embargo, la mayoría de la población escolar no cuenta hoy con las herramientas básicas, tales como una Tablet, Pc o Notebook y muchos menos con una Internet estable y gratuita, y esto tampoco lo garantiza la escuela.

Nuestras escuelas y liceos carecen además de salas confortables, hoy tenemos 45 alumnos por sala, cero posibilidades de un aforo sustentable, baños en donde se mezclan las aguas servidas con las potables, para que hablar de una ducha caliente, patios de recreo que inviten a permanecer en ella. La pandemia, el bullying, el acoso y la violencia sigue rondando fuera y dentro de la escuela.

Hemos vuelto a clases, hemos vuelto a la cultura del rebaño o a las políticas educativas de un Banco Mundial, o de organismos como la OCDE que nos muestran realidades étnicas y socioculturales difíciles de igualar o imitar, cuyos contenidos están abocados a satisfacer dichos estándares internacionales. Hemos avanzado en la calidad de la gestión de la escuela, de la administración y de la evaluación, pero no hemos avanzado en la calidad de la educación y formación de las personas en la sala de clases. La pandemia nos hizo olvidar que la “educación encierra, un tesoro”.

Me preocupa que sigamos mirando a nuestros niños, niñas y jóvenes como un gran mercado generador de mano de obra barata, pareciera que lo más importante es que le demos vida al consumo de uniformes, de libros, cuadernos, etc., guías de estudios elaborados y editados por el Ministerio de Educación, hemos llenado las escuelas de pizarras electrónicas y Tics que no tienen conectividad ni insumos para su correcto uso. No hay asimetría entre software y hardware.

Hoy no importa que sigamos leyendo sin comprender lo que leemos y mucho menos ser incapaces de comprender un cálculo matemático. Lo importante es mover la industria de la educación. En Enseñanza Media los estudiantes no alcanzaron el 60% de los aprendizajes necesarios para su nivel y en Educación Básica, Lenguaje y Matemáticas, es la piedra en el zapato.

Todo esto a quien le importa, hay que seguir manteniendo el sistema lleno de instituciones inútiles, llámense estas Superintendencia de Educación, Agencias de Calidad, Simce, etc. Todas ellas empresas de papel que durante cuarenta años no han logrado superar la media establecida por ellos mismos (Simce) ni hablar, cuando nos comparamos con otros estándares educativos internacionales.

Llama la atención que todos los profesores que han sido premiados con el Global Teacher Prize han seguido un camino totalmente diferente a las prácticas y metodologías sugeridas por estos entes oficiales que tienen el monopolio del “que se dice, que se hace y que se enseña” a partir de una cobertura curricular diseñada para la sala de las nucas. Para ser un Global Teacher Prize, se necesitan los siguientes requisitos: ser innovador, debe estar comprometido con su entorno e inspirar a los alumnos y a la comunidad. Bases que, en realidad, deberían ser requisitos para cualquier maestro y vaya que ellos si los tienen cuando se les permite innovar y crear.

Nuestros docentes vuelven de nuevo al agobio laboral surgido de las múltiples demandas de estos entes educativos que cada cierto tiempo irrumpen en la sala de clases cambiando el modelito experimental por otro que trae “más de lo mismo”, es como si nuestro sistema educativo viviera un constante Gatopardismo, es así como pasamos de unos OFMO (Objetivos Fundamentales Mínimos Obligatorios) a una cobertura curricular estrecha y agobiante.

Son los docentes los que han llevado el peso de esta pandemia, endeudándose para costear un mejor equipamiento, una mejor conexión, para seguir entregando el currículum oficial que dista mucho de ser de interés para el alumno y que el docente se ve obligado a entregar. El resultado ha sido desastroso, cuando la mayoría de los estudiantes se han negado a encender sus cámaras durante las clases virtuales, dejando a la visión del docente “un cuadrado con el nombre de pila flotando en un fondo negro”.

Esta indiferencia por los niños, niñas y adolescentes y por los docentes es la consecuencia de un modelo educativo que no ha sabido traducir en la práctica lo que en teoría se enuncia para el quehacer de la escuela del siglo XXI: Métodos de proyectos, trabajo en grupos, aprendizaje cooperativo, desarrollo de habilidades sociales, aprender a convivir, aprendizaje emocional, metodologías del juego y la recreación, desarrollo de la creatividad, etc. Es desde fuera de la escuela, que llegan miles de proyectos innovadores, pero no afectan al quehacer educativo de la sala de clases por tener un carácter de complementario de la misma.

Hace un tiempo la Comisión Delors. J (1994) trazo los cuatro pilares de la educación del futuro: Aprender a conocer, Aprender a hacer, Aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás, Aprender a Ser. Para que esto ocurra es necesario hacer una reforma educativa, en la sala de clases y no seguir abordando con planes especiales las brechas educativas, y manteniendo un currículum priorizado, como si nada hubiese ocurrido.

Mas allá de decir que “las escuelas deben ser las primeras en abrirse y las ultimas en cerrarse” es necesario preguntarse cómo somos capaces de transformar la sala de clases en un mundo activo participativo. Cesar Bona, nos dice que es en la sala de clases donde los docentes “podemos abrir puertas y ventanas para que los niños se conviertan en personas plenas, porque está en nuestras manos el empujarles hacia delante para que ellos mismos construyan su presente y su futuro. Podemos hacerles que participen en la sociedad para que nos ayuden a cambiar las cosas. Y para eso también hemos de ofrecerles herramientas. Que sepan cómo expresar una emoción o un pensamiento, que conozcan cómo defender un argumento o aceptar las equivocaciones. Que consigan ser seres resilientes y que esa flexibilidad los transforme en personas más sociales, para poder luchar así por escapar de la individualidad y el egoísmo que, sin darnos cuenta, se convierten muchas veces en parte de nuestra vida”.

Ojalá que las nuevas autoridades educativas, más allá de sentarse a escribir como recuperar el deterioro de los aprendizajes, disminuir las brechas y la deserción escolar, se pregunten de una vez porque la escuela en vez de ser un lugar de encuentro con otros, un lugar para aprender a vivir juntos, es cada vez mas un lugar de violencia, bullyng y acoso escolar, transformándose en un lugar inseguro. Es de esperar que toda nuestra política educativa, pero fundamentalmente lo que se escribe para la sala de clases, tenga a la hora de su formulación sentados a la mesa a los educadores que trabajan todos los días con niños niñas y adolescentes.

Jam.